Hoy salí de casa para hacer una compra rápida, una salida nada especial. Para llegar al súper debo atravesar un parque, que es de esos que no tienen demasiados niños, ni demasiadas abuelas, ni columpios muy modernos, pero sí un gran número de jóvenes que pasan el rato en los bancos de este parque, descansan y se ríen a veces, y después se ganan la vida de gorrillas en las calles azules que rodean este sitio. También suele haber unos cuantos abuelos que pasan el rato charlando con otros. A veces a alguno se le escapa un piropo. Y lo que también tiene este parque son muchas palomas.

Cuando ya había recorrido la mitad del parque, de repente todas las palomas posibles se han ido aglutinando delante de mí. Ha sido un momento tenso, casi de miedo. Porque no había motivo a la vista para ese aterrizaje tan brusco. Ni niño, ni abuelo esparciendo migas de pan. A los pocos segundos me he dado cuenta de que perseguían a una señora de mediana edad que a paso rápido caminaba como si con ella no fuera la cosa.

 

La verdad es que no he podido evitar pensar en Hitchcock y sus pájaros, pues francamente las palomas estaban acosando a esa señora y eran muchas. No entendía nada: ¿por qué esa mujer no se inmutaba y seguía caminando a paso rápido hacia el fondo del parque? ¿Por qué las palomas la perseguían? …

 

Y como no entendía nada, me he quedado esperando, ya fuera del parque y detrás de la reja, para ver el desenlace. La señora se ha sentado en un banco como si lo hiciera todos los días, ha sacado una bolsa de plástico blanco de su bolso y ha empezado a expandir pan a su alrededor.

 

En fin, he pasado del miedo a la sonrisa en cuestión de segundos y he pensado que me gusta mucho la gente que hace cosas pequeñas.